En 2012, en mi libro titulado Multipolaridad Global en el Sistema Internacional del Siglo XXI, me enfocaba en la tesis de que el Momento Unipolar había servido como puente entre la bipolaridad de la Guerra Fría a un estadio de Multipolaridad donde el juego de las Grandes Potencias tomaba primacía una vez más. En esa ocasión, el énfasis se encontraba en que, a diferencia de la multipolaridad clásica, con su eje central en Europa, en esta ocasión el juego tenía actores en todo el mundo, con especial énfasis en los Estados Unidos y Brasil en el continente americano, Europa y Rusia en el europeo y China e India en el asiático. Además de a las grandes potencias, también le daba cierta importancia determinante a actores antes desconocidos en la multipolaridad clásica como son las corporaciones transnacionales y aquellas organizaciones que, por sus características y propósitos, existen fuera de la ley, pero impactan la generación de políticas públicas a nivel regional y global.
Una década más tarde, y encontrándonos con el primer conflicto armado de este nuevo sistema, es bueno repasar las que ha sido de aquellas Grandes Potencias, y cuál es su posición dentro de esta Multipolaridad Global.
Brasil e India vieron sus procesos de emergencia decrecer en intensidad y en algunos casos, como el de Brasil, hasta parecer desaparecer por completo, empantanado por una transferencia del poder de Lula a Dilma que se vio entorpecida por la corrupción y una pérdida de foco sobre el manejo en el tablero mundial. Esto, junto con la desaparición del aliado de Lula, Hugo Chávez, apartó por poco más de un lustro a la B de los BRICS de la luz central del tablero. Recién a principios de este 2023, la vuelta de Lula ha sido acompañada por una reactivación de la diplomacia contestaria que le caracterizó hace una década, pero que se encuentra con un escenario cambiado. Tanto así que su discurso, y su inexplicable apoyo al régimen de Nicolás Maduro, le han granjeado críticas públicas de otros miembros del MERCOSUR y el distanciamiento de más de uno. Lula viene a un tablero que ha cambiado dramáticamente a jugar con las reglas que manejó hace una década. Reviviendo un grupo BRICS que hoy es eminentemente un instrumento de la misión de China de reconfigurar el Sistema Internacional. Más cerca de casa va arrastrando la ilegitimidad venezolana en un espacio donde Venezuela ya no suma nada, y los aliados de la región han todos cedido el paso. Brasil continuará su proceso, pero es muy probable que en 10 años más aún estemos hablando de como esta sí será la década del Brasil.
En el caso de India, otro de las grandes promesas del siglo XXI, a partir de la crisis económica de 2008 su vertiginoso crecimiento se vio ralentizado, sino detenido por completo, por una serie de problemas estructurales que han tomado más de una década para ser subsanados. No es sino hasta el 2021 cuando los inversionistas extranjeros, y los locales, han reencontrado el camino hacia India, parcialmente motivados por las tensiones que ha generado el despertar chino como hegemón asiático. Modi tiene muchos retos internos por delante, y ha tratado de mantener una neutralidad diseñada al respecto de la invasión rusa a Crimea, de las presiones estadounidenses y chinas, que le permita enarbolar una posición de independencia y primacía que, como país más poblado del mundo y potencia nuclear, entiende que se merece. Aun así, sus retos siguen siendo muchos, tanto a nivel interno como externo. Han ido incrementado las preocupaciones sobre la salud de la democracia en India, así mismo los perennes roces con Paquistán y China mantienen las relaciones regionales en diferentes grados de tensión que mantienen siempre viva la amenaza de pasar de la tensión a la acción. India aun cuenta con una economía “pequeña”, siendo esta equivalente en tamaño a la de Reino Unido, que cuenta con una población 20 veces más pequeña. Las conversaciones de India como potencia regional siempre se encontrarán circunscritas a su relación con China y Paquistán, y de no lograr encontrar una forma de capitalizar sobre su enorme población y los beneficios estratégicos con los que cuenta, su impacto en el devenir del Sistema Internacional se verá limitado en alcance y profundidad.
Sudáfrica se vio sumergida en una serie de problemas internos, escándalos de corrupción, incapacidad para reducir la pobreza, altos niveles de desempleo, crimen y malestar social que impidieron que pudiese materializar cualquier tipo de coherencia a la hora de proyectarse en la región y mucho menos más allá de ella. Por el momento, Sudáfrica sigue siendo la coletilla de los BRICS, pendiente de lo que puedan hacer los otros países para sumarse a estos, especialmente de Rusia con quien ha tenido una relación muy cercana desde los tiempos de la URSS.
Rusia cruzó el Rubicón ante el percibido cerco de la OTAN. Luego de crear durante década y media una relación de codependencia con Europa sobre la venta de hidrocarburos, Rusia entendió en 2014 que era el momento oportuno para probar la templanza occidental. Primero fue Crimea y ante el enmudecimiento occidental le siguieron el Dombás y Luhansk. Luego, a inicio de 2022 y sintiendo la debilidad de un occidente agotado por el Brexit, los problemas internos estadounidenses, la alta dependencia a los hidrocarburos de Alemania y el resto de Europa, y sobre todo las secuelas del COVID, Putin apostó nueva vez a la inactividad occidental para invadir el resto de Ucrania y forzar un cambio de gobierno que fuese de tendencias más coincidentes con la visión imperial rusa.
Al escabullírsele la victoria rápida de las manos, y sobre la braveza de un nacionalismo ucraniano forjado en la defensa de la propia patria, Putin ha visto como a cada mes que pasa el apoyo occidental a Ucrania se vuelve más sustantivo y el conflicto amenaza con volverse algo crónico. Lo que debía ser una operación especial que durara unos cuantos días, se ha convertido en el conflicto militar más importante desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Independientemente del resultado final, al otro lado del conflicto la balanza de poder regional quedará definitivamente alterada.
Rusia quedará debilitada económicamente, tanto a causa de las sanciones, como a la pérdida del capital humano que emigró. Con una economía que apostó a la explotación de recursos naturales, a Rusia solo le queda como camino la venta de estos al mejor postor, exponiéndola a verse sometida a una relación de dependencia con China que no augura que sea igual de beneficiosa para ambas partes.
Además de esto Rusia se encontrará realmente cercada por la OTAN. Con el ingreso de Suecia y Finlandia el Báltico se ha convertido en un lago de la OTAN, poniendo en peligro la salida a la mar para Rusia. Así mismo en el mar negro Turquía apuesta a su ascenso como potencia regional y juega todos los bandos, con la certeza de que la OTAN la protege y el compromiso de proteger la entrada y salida al mar negro.
Políticamente, luego de “la marcha por la justicia” de Prigozhin, quedó demostrado de manera evidente que rusia sigue teniendo las mismas fracturas internas que tenía durante la época de la URSS. La fachada de unidad absoluta bajo el mando del Zar ha quedado desmontada y solo queda esperar al próximo conflicto interno que de al traste con la “estabilidad” interna del régimen.
Sin importar si la invasión rusa a Ucrania termina en un armisticio bajo el modelo de Corea, o cualquier otra configuración, lo que sí es seguro es que Ucrania saldrá convertida en un bastión militar cuya única misión será protegerse de la agresión rusa y que en lo adelante será la primera línea de defensa de occidente ante cualquier intento ruso por avanzar hacia el oeste. El modelo israelí se ha conversado bastante, pero en cualquier escenario Rusia, de mantenerse íntegra a nivel interno, se encontrará con un cerco real en sus fronteras occidentales. De las orientales, y las de Asia Central quedará por ver que tanto interés tiene China en explotar la debilidad rusa. Es muy probable que la influencia China continúe creciendo en la región, y de que China apueste a la estabilidad o desestabilización interna de esas regiones a su conveniencia.
Rusia seguirá siendo una potencia, pero en un mundo disputado entre China y los Estados Unidos, su papel será cada vez más secundario. Quedará por ver si la idiosincrasia rusa logrará entender su papel en el nuevo mundo y trata de ajustarse a este, o termina aislada y reclamando aún sus antiguas glorias imperiales.
Europa se encuentra ante una encrucijada existencial cuyos catalizadores han sido la salida de Reino Unido y la invasión a Ucrania. Europa se encuentra con una población envejeciente, alto desempleo juvenil, procesos migratorios desestabilizadores, como las recientes protestas en Francia así lo demuestran, y el fin del Estado de Bienestar como lo han conocido. Con una amenaza real tocándole las puertas, Europa se ve en la necesidad de aumentar sus presupuestos de defensa y trabajar de manera más coordinada para la creación de una fuerza europea de defensa. De no ser así, existe la posibilidad de que la unión termine siendo una recreación moderna del Sacro Imperio Romano Germánico donde existirá una unión de derecho, pero cada país tendrá objetivos distintos, desarrollos militares dispares y alianzas dentro de alianzas para garantizar la protección en diferentes niveles.
Hoy Europa, el concepto de la unión, se encuentra con peores expectativas que hace una década. Los retos son mayores, y la desestabilización interna promovida por otros Estados, como Rusia y China, exacerban conflictos latentes que pueden dar al traste con todo el proyecto europeo. La unión o se consolida, o se resquebraja sin salvación, para Europa ya no hay términos medios.
En el caso de China, lo evidente ha venido a convertirse en realidad. China ha comenzado a extender su influencia más allá de su zona inmediata por diferentes vías, pero todos, todavía, basados en diferentes versiones de poder blando. Pero esto no necesariamente continuará de esta manera. China se ha vuelto cada vez más segura de su lugar en el mundo, y como toda Gran Potencia que asciende, tarde o temprano deberá demostrar que su poder no es tan solo económico, sino también militar. El objetivo obvio es Taiwán, siempre considerada como una provincia rebelde y que ha sido hasta el momento protegida por los Estados Unidos.
Aun cuando Taiwán es el objetivo obvio, es también posible que China decida demostrar su capacidad militar en otros lugares. Posiblemente África, donde viene creando una amplia relación desde hace años, o en alguno de los países de su zona inmediata de influencia. Esta agresión no será pintada como tal, a la usanza moderna de justificaciones para incursiones militares, y pudiese seguir el modelo estadounidense que “legitimó” las invasiones a Iraq y Afganistán. Otra posibilidad es que esta sea desplegada como misión de paz para garantizar una cosa o la otra. Lo que no debe de sorprender a nadie en los próximos años es que China se verá obligada a demostrar su capacidad militar como consecuencia lógica del crecimiento y de su nuevo estatus como Superpotencia. Y es también lógico pensar, que, si la posibilidad de un conflicto militar directo con los Estados Unidos es real sobre la cuestión de Taiwán, que China decida probar suerte en otras áreas periféricas que tengan un efecto similar sin el alto costo que traería un conflicto armado con los Estados Unidos sobre Taiwán.
El último gran actor es los Estados Unidos. Degastado por una invasión a Afganistán e Iraq que no produjo ningún beneficio tangible y por la radicalización de su población, los Estados Unidos se encuentran caminando descalzos por una pista de hielo, donde cualquier paso en falso puede hacer que resbalen y caigan. Esto no augura el fin de su condición como Superpotencia mundial, pero existe una posibilidad mayor a 0 de que en un futuro cercano el aislacionismo se apodere de los mecanismos de poder estadounidense y abandone al mundo a su suerte.
Esto puede darse ya porque la situación interna se deteriora a tal punto de que todas las fuerzas políticas han de concentrarse en ello, o porque los aislacionistas alcancen nuevamente el poder y decidan retraerse para enfocarse en espacios más cercanos. Para los Estados Unidos la hegemonía siempre fue incómoda, y el título de Imperio siempre les ha provocado escozor. Pero la realidad es que ante un mundo cada vez más complejo, donde la influencia de las otras grandes potencias, y de la otra Gran Superpotencia, llega a todos los rincones, es una posibilidad que el aislacionismo sea el camino emprendido.
Si el esfuerzo de contener a China, tratar con la situación rusa, balancear responsabilidades y compromisos con Europa y con India, más retomar un acercamiento coherente e integral con una américa latina abandonada, sin olvidar el medio oriente y áfrica, es demasiado para lo divido que se encuentran los Estados Unidos, un plan alternativo puede ser volver al siglo XIX. Cerrar filas en el hemisferio y limitar el alcance de las protecciones a unos cuantos socios estratégicos. Esto tendrá consecuencias dramáticas en la forma en la cual el mundo ha funcionado a partir de Bretton Woods. De cualquier manera, el momento unipolar ya ha terminado y fue absolutamente desperdiciado. Solo queda recoger los pedazos y rescatar lo rescatable. La mejor alternativa sería establecer un cerco de contención regional a China que involucre a Japón, Taiwán, Corea del Sur, Australia y aquellos otros aliados que ven con recelo el ascenso chino a la preeminencia global. En Europa, la OTAN es el vehículo, pero ese vehículo debe de tener más piezas europeas. La amenaza más importante para los Estados Unidos se encuentra en el pacífico, no en Europa.
Algunos espacios de influencia en el medio oriente y África deberán de ser abandonados, mientras otros en Latinoamérica deberán de ser recuperados. La prioridad debe de ser reforzar la presencia en América Latina y el Caribe, aumentar la inversión y recuperar aquellas áreas que cuentan con recursos estratégicos que han sido invadidas por capital chino y ruso. Con especial atención a Venezuela y a Cuba, países que se encuentran abandonados y a la deriva. Se debe de crear un sistema hemisférico de inversión y defensa que provea las herramientas, a cada uno de los países, para continuar el proceso de industrialización, aumentar el nivel de vida, y fortalecer los lazos con los Estados Unidos, dejando detrás el mal sabor heredado de los años de Guerra Fría.
Para concluir, mucho ha cambiado en una década desde que publiqué el libro. Pero los principios fundamentales se sostienen. El mundo se ha abocado a un sistema de Multipolaridad Global en el cual las diferentes regiones cuentan con Grandes Potencias que regentean los sistemas regionales en base a los principios de balanza de poder, mientras las dos Superpotencias se van adaptando a la realidad de tener que compartir el mundo sin tener que destruirlo en el proceso. En la próxima década veremos a China más cómoda en su papel de Superpotencia con aspiraciones globales, proyectando su poder militar más allá de su zona inmediata de influencia, mientras los Estados Unidos determina el alcance de sus compromisos globales y regionales, todo en busca de encontrar ese balance que el Sistema de manera natural anda persiguiendo.