DE ALEJANDRO I A PUTIN: Auge y caída del imperio ruso.

La historia se escribe día a día, acción tras acción, sobre las páginas de las consecuencias de los actos que nos han precedido. Siendo de esta manera obligatorio el mirar hacia atrás cada vez que deseamos entender cuales son las razones, o motivaciones, que hacen que uno y otro Estado, o estadista, caminen tan cerca del borde del precipicio.

Es por esto por lo que, para poder entender las acciones de Vladimir Putin, quien por años gozó de la consideración de muchos en occidente como un estadista avispado que aplicaba la realpolitik de manera eficaz, debemos de entender que las acciones que lo llevaron a empantanarse en Ucrania tienen raíces muy profundas.

En el año 1814, el zar Alejandro I, lidereando las fuerzas de la Sexta Coalición, marchó sobre París para poner fin al Imperio Napoleónico. Mas tarde, Alejandro se presentaría en persona a Viena para participar en las discusiones donde se decidiría la configuración del orden internacional del siglo XIX, siendo el único de los monarcas que así lo hizo.

Este fue el punto más alto de Rusia en su turbulenta relación con Europa. Por fin el sueño zarista de que el imperio ruso tuviese la capacidad de decidir los destinos de Europa se veía cumplida y Alejandro abandonó Viena con la certeza de que el siglo ruso apenas iniciaba y que en lo adelante dictaría las pautas de los acontecimientos venideros.

Con el Congreso de Viena de 1814 se institucionaliza el concepto de Balanza de Poder en el Sistema Internacional a través la Cuádruple Alianza, un mecanismo de seguridad colectiva compuesto por Reino Unido, Rusia, Austria-Hungría y Prusia. Este acuerdo tenía como finalidad garantizar la contención de Francia y en la práctica sirvió como espacio para mantener la paz en Europa por 40 años.

Pero, además de este mecanismo, a instancias de Rusia fue creada la Santa Alianza, instrumento formado por Rusia, Austria-Hungría y Prusia, con la finalidad de reformar el Sistema Internacional a la medida de las aspiraciones rusas, bajo una visión moralista y conservadora con una misión clara y explícita, mantener el estatus quo en Europa por medio de la asistencia mutua.

Y es en la Santa Alianza, donde el genio de Metternich brilló al utilizar esta como mecanismo apara atemperar el celo de Alejandro I y contener el ya natural expansionismo ruso. Porque si algo era seguro es que, en la borrachera de la victoria y con el convencimiento absoluto de su misión divina, Rusia continuaría marchando hacia la historia.  

Este sistema mantuvo a Rusia contenida hasta la crisis de 1853. Aquí, con la Guerra de Crimea, Rusia es derrotada por una coalición liderada por Francia y Reino Unido. El tratado de Paris resultante de este conflicto humilló de manera total a Rusia al forzarle a desmantelar las fortificaciones en Sebastopol y a destruir la flota del Mar Negro, iniciando un sentimiento nacional de humillación y de revancha que aún se mantiene.

A partir de aquí, Rusia vio su posición flaquear dentro del Sistema Internacional de manera progresiva. Con la creación de Alemania, Bismarck logra mover el centro de poder a Europa Central trasladando la toma de todas las decisiones de importancia a su despacho. A partir de esto vinieron la derrota ante Japón en el 1905, ante Alemania en la Primera Guerra Mundial, el colapso del Imperio y la Guerra Civil.

Rusia no volvió a levantar cabeza hasta 1939, cuando aliada con la Alemania Nazi invadió Polonia, procediendo luego en 1940 a invadir los Estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania. Recuperando algo del orgullo que había perdido. Luego, con la traición Nazi y la “Gran Guerra Patriótica”, Rusia pudo canalizar de nuevo su ímpetu imperialista y marchar hacia occidente, viéndose detenida en Berlín por el avance de los Aliados.

No fue sino hasta terminada la Segunda Guerra Mundial que Rusia se vio nuevamente empoderada para dictar las condiciones de un nuevo Sistema Internacional. Pero a diferencia de 1814, en este momento Rusia solo pudo imponer su voluntad sobre su zona de influencia directa, que luego organizaría en lo que pasó a llamarse el Pacto de Varsovia, y en algunos otros Estados periféricos de poca o ninguna importancia. Mientras, el nuevo orden del Sistema Internacional era dictado por Occidente quien, a través de la ONU, Bretton-Woods y la OTAN generó un sistema institucionalizado de mantenimiento de la paz, financiamiento y seguridad colectiva, que garantizaba la integridad de Europa, la preeminencia de Occidente y la estabilidad de todo el mundo.

Durante la segunda mitad del siglo XX Rusia, como única otra superpotencia, continuó tratando de socavar el Sistema Internacional diseñado en Occidente allí donde pudo. Pero a falta de un modelo alternativo atractivo y la falta de aliados de primer, sus intentos se vieron reducidos funcionalmente a financiar a pequeños países y a competir directamente con un Occidente que cada vez más se encontraba más integrado a nivel económico, cultural y militar, mientras el modelo económico propuesto por Rusia iba quebrantándose.

Con la caída de la URSS, Rusia entró en un periodo de crisis temporal. No solo había perdido el imperio una vez más, también había perdido el orgullo y el respeto de todo el mundo. Esto fue seguido por una década desastrosa para Rusia a nivel interno, e internacional, en la cual los Estados Unidos se encumbró como hegemón global dando paso al “momento unipolar”. Mientras, Rusia era devastada por crisis internas, el ascenso de los oligarcas, la repartición de las fuentes de riqueza, y la pérdida de fe en los procesos democráticos y la asistencia de Occidente. Es en este escenario donde asciende Putin, un hombre anhelando el orgullo imperial perdido y con la visión clara de restaurar a Rusia.

Así fue como en primera instancia Putin, enfrentado con el eterno dilema ruso de si es occidental u oriental, trató de acercarse a Occidente, de ser europeo, incluso de participar en la OTAN. Rusia fue aceptada en la mesa, pero nunca tratada como europea.

La expansión de la OTAN hacia oriente, el fortalecimiento de la integración europea y las guerras estadounidenses en Iraq y Afganistán, llevaron lentamente a Putin a cambiar su visión y a atrincherarse en un nacionalismo irredentista que busca reclamar para sí las glorias del imperio perdido.

En ese escenario Putin se encuentra con Merkel, quien cuál Bismarck moderno, trató de generar las condiciones de apaciguamiento necesarias para contener a Rusia por medio del estrechamiento de las relaciones comerciales entre Europa, especialmente Alemania, y Rusia. Pero a medida que el mundo cambiaba y el “momento unipolar” daba paso a un nuevo Sistema Multipolar de carácter global, Putin intuyó que su momento se le estaba escapando y fue tomando medidas cada vez más atrevidas. Primero fueron las incursiones en Georgia en 2008. Luego la parte oriental de Ucrania y la península de Crimea en el 2014. Hasta terminar por último con la invasión total a Ucrania en febrero de 2022.

Una vez más, como tantas otras veces en la historia moderna, Rusia utilizó la expansión territorial para alimentar el sentimiento de inferioridad que le genera el rechazo de Europa. En la práctica pudiese hablarse de que Putin actuó a partir de la protección de su interés nacional, de que las invasiones preventivas fueron provocadas por el sentimiento de peligro que le genera la expansión de la OTAN. También pudiese estimarse que su decisión se encontraba fundamentada en la débil respuesta de occidente ante las invasiones del 08 y del 14. Pero la realidad es otra.

Mientras Rusia se encontraba obsesionada con Occidente, se vio rápidamente opacada y dejada detrás, no por Occidente, sino por China. China es el mayor peligro para Rusia desde la creación del Estado Alemán en 1871. Y como en su momento lo hizo con Bismarck, ante la debilidad percibida y la falta de protagonismo, Rusia ha decidido aliarse con quien mayor amenaza le representa y buscar la validación y el prestigio faltante en invasiones a países más pequeños.

Putin sabe que el futuro ruso se encuentra amenazado. A nivel interno su economía está en un estado de tecnificación anticuado y dominada por industrias del sector primario, con una población envejeciente y niveles de contracción poblacional y económico. En lo político no cuenta con un sistema de sucesión claro, ni la institucionalidad suficiente para garantizar la continuidad de un plan a mediano, mucho menos a largo plazo. Todo esto sin tomar en consideración la sublevación de Prighozin, y la purga que le ha seguido.

A nivel internacional su prestigio se ha visto afectado y sus relaciones, a corto y mediano plazo con Occidente se encuentran altamente resentidas. Así mismo con su incursión a Ucrania ha movilizado a los países que le hacen frontera a unirse a la OTAN, como en el caso de Finlandia que se había mantenido neutral hasta la fecha, o a que modernicen y amplíen sus capacidades militares como en el caso de los países bálticos y de Polonia. Además, ha puesto de nuevo sobre la mesa de conversación europea el temor a incursiones rusas, por lo que Alemania incrementó de manera considerable sus gastos de defensa. Rusia en un año ha hecho más para reactivar la industria de defensa europea de lo que la Unión Soviética hizo en 40 años.

Con China asumiendo una posición más activa en el Sistema Internacional, y doblegándole allí donde puede, Rusia ha perdido incluso el estatus de adversario principal de la hegemonía occidental. Con India y Brasil aumentando su influencia internacional y ampliando sus economías, Rusia observa con horror como, mientras se encuentra empantanada en una guerra sin propósito, el resto de los BrIC se le va delante. Al final, termine como termine esta guerra, Rusia tiene un futuro muy oscuro. En el mejor de los casos se volverá el suplidor de materias primas de China y en el peor de los casos se verá atomizada en varios Estados más pequeños, reduciendo aún más su peso, su capacidad de proyección y el prestigio del que algún día gozó. Rusia es hoy más que nunca, un gigante con pies de barro.


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