El cambio a una sociedad de estímulos rápidos y respuestas inmediatas ha llevado al aumento de la violencia discursiva, al esperar una respuesta a corto plazo a las demandas realizadas.  Esto ha permitido que los extremos ideológicos vuelvan a ganar notoriedad, promoviendo el golpeo constante de efecto, la deshumanización del otro y la llamada a una cruzada victimista que debe de ser ganada a toda costa.

Se ha hecho bastante común, en la generación que creció luego de la caída del muro de Berlín, el alzar su voz reclamando aquellas cosas que consideran que son necesarias para el desenvolvimiento de su propia individualidad. Individualidad esta que ha nacido, además, de un resquebrajamiento progresivo de la idea del colectivo social de nación que sostiene al Estado moderno.

Entre estas “luchas” porque les sean respetados lo que ellos consideran que son sus derechos, se han mezclado reclamos que son válidos y reclamos que son distorsiones propias de aquellos que han sufrido la pérdida de la capacidad de atención, propia de la generación que existe para satisfacer la inmediatez, la generación de los 7 segundos. La generación que se pierde en 140 caracteres, videos de menos de 60 segundos o fotos tergiversadas de la realidad.

Y es en la tergiversación de la realidad donde se encuentra el peligro de algunos de estos reclamos ya que por desconocimiento de los principios filosóficos y políticos que han sido articulados a base de sangre, tiempo y progresión histórica, van exigiendo la construcción de un Estado sobre regulado y sobre limitativo. Un Estado que establezca excepciones para cada pequeña cosa, que abra las puertas para el empoderamiento de los vicios que den paso a una reacción violenta que busque terminar con establecer un reino de terror reaccionario.

Además de esto, van socavando el concepto mismo de la libertad que se encuentra encumbrado en la fundación de nuestra sociedad occidental. Una libertad que no es solo de toda dominación extranjera, si no también que es libertad de la sobre regulación del Estado, de la libertad de culto, de conciencia y de objeción. Una libertad que se ve disminuida al momento en que se ve limitada por las simplificaciones estériles de una generación empecinada en generar procesos revolucionarios de sofá, imponiendo sobre una sociedad consumidora de extravagancias, su ilustradísima forma de ver el mundo.

Porque al final no es más que puro engreimiento, actitud pastoral y complejo de héroe el que los lleva a tener la pura convicción de que las ideas victimistas de ellos como minoría han de ser impuestas sobre las de la mayoría en un ejercicio de tiranía digital que se abstrae de la realidad del día a día de la cotidianidad ciudadana. Una tiranía de resentidos educados en la simplificación de complejidades, que miran con pena y asco a aquellos pobres seres que aún no han podido ascender a ese estadio puro de ilustración poshistórica desde la cual ellos reinan supremos y que les exime de toda culpa.

Y sería absurdo el hacer las comparaciones obvias que esta imagen claramente sugiere. Pero el que sabe un poco de historia podrá identificar de inmediato el peligro que promueven quienes se creen por encima de todos los demás y que miran con un desprecio despótico a quienes no comulgan su particular marca de histeria populista. Es en fin el mismo principio que a lo largo de la historia ha causado los grandes males que han sumergido el progreso de la historia en la sangre de aquellos que siempre son los otros.

La ley ha de servir como marco regulador de las acciones humanas en un contexto amplio, garantizando que las renuncias requeridas en el altar del contrato social sean lo suficientemente recompensadas por la sociedad que las requiere. Cuando estas renuncias no son compatibles con la sociedad en que se existe, el contrato social se ve destrozado y a esto solo le sigue el caos y la violencia.

Es por esto por lo que es tan peligro el comparar los procesos de desarrollo sociopolítico de una nación con otra, porque cada nación es diferente y responde a las realidades de la mayoría que la compone y de lo que esta mayoría así se permite tener. Por eso no se puede hablar de mejor o peor, de más avanzado o atrasado, porque sin quererlo, o tal vez entenderlo, van cayendo en los mismos patrones en que caían los opresores de antaño, aquellos que, por miedo, resentimiento o pura ira, fueron la fuente del sufrimiento de tantos otros.

En el mundo real, el que existe dentro del desarrollo histórico de las ideas políticas, de la construcción pausada y progresiva de las sociedades, la construcción del devenir es un proceso complejo, igual de complejo que es la construcción de códigos, de leyes, de los límites de la sociedad. En la construcción de políticas públicas se tienen que establecer consensos y se deben de entender no solo las consecuencias a corto plazo, sino también el impacto real que pueden tener a lo largo del camino la apertura de diferentes puertas y ventanas. Al final debemos de cuidarnos no solo del daño que podamos hacer nosotros, sino del que puedan hacer mañana otros con las herramientas que nosotros habilitamos.

En papel y en teoría todos los seres humanos tienen los mismos derechos y deben tener los mismos deberes. Todos los seres humanos tienen las mismas libertades y responsabilidades. Todos los seres humanos se encuentran delimitados por las mismas condiciones de la naturaleza y del bienestar que les garantiza el estado de derecho en que existen. La simplificación de esto desvirtúa. La sobre legislación desvirtúa. La desvirtuación abre las puertas de múltiples posibilidades que cuando hoy pueden parecer liberadoras, mañana se convertirán en los tablones de los cuales se construirá la guillotina que los condenará.

La lucha para pasar de la teoría y el papel a la realidad ha sido dura, lenta y tortuosa. Se han logrado avances a saltos, y retrocesos aún mayores. Por momentos se han tenido que abonar las calles y los sembradíos de la sangre de los listos y los desprevenidos. En otros momentos se ha podido empujar lo suficiente para que el cambio suceda y la sangre no tenga que correr. Pero, independientemente del momento histórico que sea, del derecho o la causa que se busque defender, lo que sí ha sido constante en la lucha por la modificación del contrato entre ciudadanos y Estado, es que cuando el discurso se vuelve virulento, cuando las facciones se atrincheran en las antípodas de la conversación e inicia el proceso de deshumanización del otro, de ridiculización de demonización, de humillación del opositor, nos vamos acercando cada vez más a ese precipicio oscuro de la violencia sin cuartel que usualmente termina arrasando con todo, cambiándolo todo, para que todo permanezca igual.

La existencia de las sociedades democráticas no nos exime del peligro del autoritarismo, al contrario, el dormirnos en los laureles de la victoria absoluta, de la paz alcanzada, solo permite que los populistas accedan al poder por medio de la manipulación de los sentimientos más barbáricos que yacen en el corazón de los grupos que han sido expulsados del discurso calmado que permite que se construya una sociedad. Al existir fuera de los límites de la conversación, la polarización y la deshumanización del otro solo lleva al caos, a la violencia, y a la victoria de la maldad.