En el siglo XVII, debido el abandono de la colonia de La Española por parte de España, los bucaneros franceses ocuparon la isla de la Tortuga y a partir de allí establecieron una base de operaciones que floreció durante gran parte de mediados de siglo. Ya a finales de este, con el declive de la tolerancia a las actividades de piratería, muchos de estos bucaneros se asentaron en la costa noroccidental de la isla de La Española, estableciendo de esta manera una ocupación ilegal sobre esta parte de la colonia española.

Validados por Francia y aprovechando la falta de voluntad política por parte de la corona española, los ocupantes de la parte noroccidental de la isla establecieron uno de los regímenes esclavistas más brutales que se habían visto hasta la época. Con unos métodos de explotación intensiva que incluían alimentación limitada, día de trabajo forzado de 12 horas, tortura continua que incluía latigazos, quema, entierros vivos, mutilación, violación y amputaciones.  La colonia francesa de Saint Domingue, con una mortalidad cercana al 50% de sus esclavos de manera anual, fue uno de los mayores receptores de esclavos africanos, llegando Francia a importar hasta 30 mil personas al año a finales del siglo XVIII, razón que sentaría las bases para la rebelión.  

Una rebelión que rápidamente se tornaría en la revolución por la independencia haitiana, evento este que se yergue impoluto como un triunfo absoluto del esclavo oprimido contra el opresor y que envió ondas de choque a todas las otras potencias esclavistas. Esta, golpeó la isla con el ímpetu violento de un huracán, destruyendo a su paso todo aquello que era reminiscente del modelo esclavista que los había humillado y vejado durante tanto tiempo

Este vendaval continuó golpeando con sus ráfagas violentas durante todo el siglo XIX dificultando la construcción de un Estado multinacional, como lo era en efecto el haitiano. Un Estado, que, a diferencia de otros de la región, se encontraba compuesto por diferentes etnias, tribus y grupos, que solo tenían en común su situación de esclavos y sus deseos de libertad.

Esta negación de todo lo europeo, incluyendo a estructuras y organizaciones económicas, políticas y sociales europeas, sumado a la situación hostil del Estado esclavista americano, el bloqueo de las potencias europeas, la multa impuesta por Francia y el miedo constante a ser invadido, mantuvo a Haití entre la paranoia existencial y la inmovilidad productiva. Viendo como su única apuesta, la invasión del Estado independiente de Haití Español, el predecesor de la República Dominicana, fracasaba ante la aguerrida lucha de un pueblo 10 veces más pequeño que el de ellos.         

Desde su independencia, el Estado haitiano se ve envuelto en una serie de accidentes históricos que han impedido que se pueda cimentar cualquier intento de organización política funcional. Esto los llevó a recibir el siglo XX con una invasión estadounidense que se extendió por 19 años. Esto fue seguido de otro periodo de inestabilidad política y continuado por la instauración de la perversa dictadura de los Duvalier, la cual dio paso a una serie de gobiernos fallidos que no lograron instaurar el imperio de la ley sobre el territorio haitiano.

Todo esto ha desembocado en la actual crisis política, una más de tantas, en la cual queda claro que Haití no cuenta con los requisitos fundamentales para ser considerado un Estado de pleno derecho por la comunidad internacional, no tiene el monopolio de la violencia, no tienen control sobre sus fronteras, no puede proveer a sus habitantes de los servicios básicos de alimentación, agua potable, seguridad, acceso primario a la salud, y su reconocimiento por la comunidad internacional es un reconocimiento condicionado.

Muchos en nuestro país ven a Haití con recelo, una continuación de la tradición histórica surgida de las matanzas y las crueldades a las cuales fue sometida la población dominicana antes, durante y después de la independencia del 1844. Pero hoy en día la República Dominicana debe de asumir su responsabilidad histórica y entender, que la situación haitiana representa una amenaza existencial, no porque exista ningún plan concertado de invasión (ni la capacidad de llevarlo a cabo), ni una voluntad política de unificar la isla. Si no porque la existencia de un Estado fallido de las dimensiones de Haití, en una isla compartida por dos, solo presagia el desastre.

La continuación de la situación haitiana solo puede seguir degenerando hasta el punto en que la violencia rebose la frontera y amenace la integridad de la República Dominicana.

Es por esto, que la República Dominicana debe de tomar cartas en el asunto.

Se debe de convocar una misión conjunta entre la Unión Europea y la República Dominicana que tenga por finalidad el establecimiento de un protectorado sobre el Estado haitiano, con la finalidad de garantizar la seguridad de sus pobladores, desarticular las condiciones que propician la violencia e iniciar un proceso de construcción conjunta de una República funcional, que eventualmente sea libre y soberana; una nación que pueda participar en igualdad de condiciones en el concierto de naciones. Se deben de establecer los principios fundamentales de justicia, seguridad, acceso a la alimentación, al agua potable, a la salud.

Solo por medio del establecimiento de un protectorado se puede iniciar el camino hacia la libertad haitiana, ya que no podemos hablar de libertad cuando no existen las garantías para que los derechos fundamentales más básicos puedan ser satisfechos. No podemos hablar de libertad cuando no se cuenta con acceso a alimentación, agua potable, seguridad ciudadana, salud fundamental. No podemos hablar de libertad cuando la migración ilegal y la posibilidad de la violencia son las únicas opciones con la que cuentan los pobladores para poder sobrevivir.

Ha quedado evidenciado que las misiones de paz de la Organización de las Naciones Unidas no cuentan con el mandato, ni los recursos, para poder iniciar un proceso de reconstrucción política y de infraestructura como el que es necesario. De igual manera, los Estados Unidos, potencia hegemónica de la región, no es un agente viable para esto ya que se encuentran enfrascados en un proceso de redefinición de su identidad nacional, el cual no les permite embarcarse en este tipo de proyectos .

Es por esto que los únicos agentes que pueden, y deben, hacerse cargo de esta situación son la Unión Europea y la República Dominicana.

La Unión Europea ha logrado cruzar el umbral de la historia tradicional, y parece haber superado las pasiones que animaban los conflictos militares internos que los mantenían separados unos de otros encontrándose en el periodo de paz más prolongado de su larga historia. Además de esto, el ethos que la ha impulsado en el último medio siglo es uno de generación de oportunidades, de creación, de subsanación. Un ethos que es más que necesario para poder completar el proyecto de haitiano. Todo esto sumado a la deuda histórica que Europa tiene con Haití, por las vejaciones a las cuales la sometió en los siglos XVIII y XIX.

Por otro lado, la República Dominicana, como parte más afectada por la existencia de un Estado fallido en sus fronteras, tiene la necesidad imperiosa de ser parte de este proceso. Nada beneficiará más a la República Dominicana que el restablecimiento de Haití como parte del concierto de naciones. Una República de Haití estable, fuerte y saludable, que pueda participar del comercio binacional, que tenga una clase media amplia y robusta, que cuente con los servicios básicos fundamentales necesarios para reducir la migración ilegal al mínimo, debería de ser el sueño de todo buen dominicano. Y la única forma de conseguir todo esto, es por medio del establecimiento de un protectorado sobre el Estado de Haití.