Recuerdo que cuando empecé en educación, allá en el 2006, nos hacían mucho énfasis en la necesidad de que teníamos que enseñar habilidades, no contenido. Teníamos que preparar a los niños para que pudiesen ser competentes en el mundo del futuro, brindándoles las herramientas para que pudiesen desarrollar su pensamiento transversal y para que pudiesen resolver problemas. Teníamos que empoderarlos y convertirlos en lifelong learners. Lo más importante era que supieran hacer cosas, no que pudiesen Ser.
Pero es evidente que, en este proceso por la tecnificación de la educación, se perdieron dos componentes claves de lo que significa educar, al mismo tiempo que se fracasó en todo lo que nos requerían. El primer componente que hemos perdido es el de enseñar a ser humanos, el de transmitir los valores y principios éticos y morales sobre los cuales se ha construido nuestra civilización. Hemos desconectado el conocimiento de lo que nos hace humanos, presentándolo como algo que existe solo en el plano técnico. Quitando, de esta manera, la lucha constante y a tropezones de incontables generaciones para poder construir todo lo que hoy tenemos, y mucho de lo que ya hemos perdido.
En segundo lugar, se perdió la capacidad de transmitir la objetividad de la verdad. Al validar cualquier disparate, con la finalidad de no herir los sentimientos de algunas personas, le hemos dado espacio a que se generase esta nueva realidad donde todas las opiniones tienen el peso de la verdad absoluta. Y aun cuando el acceso a la información ha aumentado, la forma en la cual se le da contexto a esa información se ha deteriorado. Hoy las personas se encuentran más informadas, pero esa información es de peor calidad y usualmente no es contrastada. Es por esto, en parte, que los extremismos de derechas y de izquierdas sacan la cabeza una vez más, fundamentados sobre los miedos y las exageraciones naturales que habitan en las mentes mal informadas.
Todo esto nos ha dejado atrapados entre las pantallas y la pared, alejándonos cada vez más de las personas que nos rodean, dejando patentemente claro que la ilusión de la aldea global se ha resquebrajado por completo.
Cuando antes éramos forzados, por las condiciones heterogéneas de la sociedad, a convivir con diferentes variaciones de nuestra propia humanidad. Hoy, nos vemos encerrados en cuevas platónicas de resonancia donde solo escuchamos las voces que validan nuestras preconcepciones, nuestros miedos y nuestras paranoias. Donde antes existía la obligación de actuar de manera civilizada, para poder ser aceptados por la civilización, hoy se va extendiendo la validación de ideas extremistas que, en última instancia, van en detrimento de la idea de la dignidad humana y de la solidaridad que se encuentra al pie de todo el progreso que ha logrado la humanidad.
Hoy, nos encontramos desconectados de esa narrativa humana que inicia hace decenas de miles de años y que aún continúa. En esa desconexión no nos vemos a nosotros mismos como el relevo generacional que ha de cargar la antorcha de la humanidad hacia la próxima etapa. Si no todo lo contrario, como los destructores de todo lo pasado como única forma de construir un futuro nuevo. En la persecución de un sueño americano tecnocrático, se ha sacrificado la parte humana por la parte material.
Es por esto y mucho más, que la enseñanza debe de encauzarse hacia la formación de seres humanos, no de empleados y operarios que puedan resolver problemas simples y presionar botones en una computadora. La historia de la humanidad es una que se basa en la superación de los problemas más acuciosos y complejos por medio de la creatividad y el trabajo de todos sus miembros.
Tenemos que volver al ser humano el centro de la educación. Debemos de enfocarnos en contar las historias que nos conectan, en una línea directa con los supervivientes de la erupción de Toba, con aquellos primeros humanos que caminaron por las planicies de África y la miríada de situaciones que hemos debido superar para poder llegar a donde estamos. Si permitimos que la visión materialista de la humanidad nos siga robando de lo intangible de la condición humana, nos siga empujando a denigrar lo humano hasta convertirlo en un agente que sobreviva solo en base a la caridad del Estado, veremos como todo lo que hemos construido será socavado y al final habremos perdido lo único importante que tenemos, nuestra condición de seres humanos.