
Hace 23 años cuando llegué a la capital, siempre me pareció extraño cuando la gente me hablaba de “La” República Dominicana, ya que esta me sonaba como a una fantasía suspendida en la promesa del futuro en vez del espacio multicultural, vibrante, trabajador que yo conocía allá en el Cibao. Con el tiempo empecé a pensar que esa disonancia mía se debía a que era de Santiago, y a qué tal vez allá las cosas eran diferentes, a qué tal vez por esto ser capital las cosas eran diferentes. Y así con el ocaso del reformismo y el encumbramiento de una nueva forma de hacer política mucho más urbana, mucho más “rica”, se me fue olvidando aquella espina en esa concepción unitaria de “La” República Dominicana. Pasó el tiempo, se elevaron las torres, se erigieron los elevados y se cavaron los metros. Vino y “se fue” la crisis del 2003 y esa “lección” de que no se debe de cambiar de partido de gobierno para no afectar el “crecimiento macroeconómico”.
Así nos fuimos adormeciendo, una vez más con la idea de que solo existe una sola República Dominicana. Esa que tiene sus problemas y sus deficiencias, pero que es una, que es la nuestra, que es la misma para todos nosotros.
Pero mientras más me alejo de mi castillo se papel en el centro de un centro de ciudad que cada vez es más otra cosa que lo que un día fue hace 23 años era, más me doy cuenta de que aquello que sentí hace cuando empecé a experimentar la vida capitalina de la nueva democracia Dominicana, es mucho más que solo una intuición. Mientras más tiempo paso en las provincias de nuestro país, en los barrios, en las villas y en las casas del campo, más me voy convenciendo de que no existe una sola República Dominicana, en realidad existen tres.
La primera es la más pequeña, compuesta en su mayor medida por aquellos que llegaron al gobierno en chancletas y con los recuerdos de ideales marxistas. Los ex-abanderados de la izquierda que cambiaron los círculos de estudios y las ansias revolucionarias dominicanas por una liberación de mercado, y una revolución moderna. Son esa clase tan amplia como poderosa que hoy en día se codea con aquellas familias que durante décadas y hasta generaciones, han servido de pilares del ideario dominicano de lo que es la riqueza. Esa primera República se encuentra compuesta por aquellos grandes funcionarios y legisladores que tanto han demostrado en carne viva que la República ha crecido inmensamente en los últimos 23 años. Aquellos que llenan las torres y compran las Ducattis, los que andan en Bentley’s y en “yipetas” pagadas por la riqueza generada por esa tan cacareada macroeconomía. Son los hijos beneficiarios del gran milagro de crecimiento de la República. Son ellos los héroes de sus propias historias, los que mantienen en la esclavitud clientelista a los dominicanos con un sueldito de 5 mil pesos aquí, de 10 mil pesos allá. Son los que les pagan el colegio a la hija de fulano, o la medicina al pobre hermano de fulanita, todo para hacer “el bien”, todo para conseguir esos votos. Son los caciques locales y los súbditos de la silla. Son los que juegan solos entre ellos, de espaldas a todo lo que le pueda pasar al resto de la sociedad. Los que por su desidia y avaricia han permitido que el narcotrafico se inserte en lo más profundo de los sectores del poder de la República. Son todos los mismos, los traidores de la República, los que adornados de sacos y fortunas millonarias tratan de mantener en el poder un sistema corruptor, inmoral, y antiético que no hace otra cosa que empeñar el futuro de toda una nación.
En la segunda República se encuentran aquellos que alguien alguna vez tuvo la idea de llamar clase media. Son los ilusos que tienen trabajos liberales, los que por ética, moral, o simplemente falta de conexiones le han dado la espalda a la política. Son la fuente principal de impuestos, son la flaca vaca gorda a la que le siguen sacando leche, son los infelices que crecieron con el sueño de que sus vidas iban a ser mejores que las de sus padres y se dan cuenta que no pueden comprar un apartamento, que el negocio está siempre a punto de quebrarles. Son los que han podido “echar pa ´ lante” aún a pesar de los abusos de la política. Estos son los padres que sueñan con mandar a los hijos fuera, los que a cada momento son víctimas de atracos, los que aún deben el auto, la casa, la tarjeta, el colegio privado de los hijos. Son los jóvenes que no saben qué hacer para que les vaya bien. Los que cogen prestado para poner negocios, los que tienen dos trabajos para poder mantener la casa, los que viven exprimidos entre el futuro que les fue prometido por sus padres y el presente que les fue arrebatado por los políticos. Son la “clase media”, la del medio, la que más paga los robos de los de arriba, y las consecuencias que estos robos tienen en los de abajo. Son los pendejos que aún creen en el bienestar de la nación, en la posibilidad de un cambio, son la última línea de defensa ante la avaricia y la maldad abrumadora de los traidores de la República.
Y al final se encuentra la Tercera República. La de los jodidos. Las de los dominicanos de a pie. Los que emigraron de los pueblos y los que se quedaron. Los que a duras penas tratan de sobrevivir en los barrios, en los pueblo vacíos, en la periferia de la gran capital. Son los que se ven empujados a prostituir su dignidad y su destreza, por un “miserable sueldo” de 7 mil pesos. Son los que recogen la basura, limpian las casas, atienden las cajas registradoras, los empacadores, los gondoleros, las peluqueras, las que dan masajes, los que cogen guaguas y carros públicos, los que vienen desde las afueras a estudiar y trabajar, los que se arrimaron donde una tía para salir de las provincias porque “las cosas van mejor en la capital”. Son los que limpian zapatos y vidrios en las esquinas. Son los choferes de los políticos, los parqueadores de carros, los deliveries del colmado, los que atracan y los que más son atracados. Son los que entregan periódicos y los que más los leen. Son los que cada 4 años se dejan vender el sueño de que este es el gobierno que los va a sacar de la abyección sin darse cuenta de que son siempre los mismos. Son los que la policía detiene por las calles, solo por tener un afro o una “pelada caliente”, son a los que les tiran paqueticos; son los mismos policías que mandamos a darles palos a los demás. Son los guardias en la frontera y los guardianes de las casas. Son los colmaderos y los meseros. Son las secretarías, los contadores, las farmacéuticas, los bartender, los que atienden las lavanderías y los grandes dealers de carros. Son los que venden relojes más caros que el sueldo de ellos de todo un año. Son los que sueñan con que los mismos que los tienen esclavizados son los van a elevar al grado de ciudadanos, los que van a encerrar a los ladrones grandes y va subir los salarios, los que les van a dar la paz, la estabilidad y la seguridad que sueñan. Son los que cada día más van perdiendo la esperanza en el sistema democrático ante el abuso constante y desalmado de unos políticos que olvidan que es ese mismo pueblo el que logró la independencia contra fuerzas superiores en el 1844, el mismo que venció a los Españoles en el 1863. El mismo que se le sublevó a los americanos en la primera invasion. El mismo que ajustició a Trujillo y expulsó al Consejo de Estado, el mismo que una y otra vez ha salido a las calles de esta República a dejarle saber a los tiranos que ya no van a aguantar más.
Y es esta Tercera República, junto con la Segunda, la que uno de estos días, en el momento menos esperado, se tornará en las urnas contra aquellos que durante casi 24 años les han ido robando sus sueños, su dignidad, su capacidad de perseguir su felicidad sin tener que estar subordinados, prostituidos, esclavizados bajo el yugo inexorable e inaguantable de esa clase política que una vez entró descalza al Congreso y al Palacio Nacional, y que en las ultimas dos décadas se ha encargado de dividir a la nación, de lanzarla al vacío moral, ético y humano. Y así juntas, lograrán expulsar a ese grupo de políticos que no creen en la unidad de la República, que permiten y promueven su descomposición, que solo creen en su “partido” y en el derecho divino que tiene este de continuar gobernando y destruyéndo aquello que con tanto esfuerzo los dominicanos buenos han logrado construir a través de casi dos siglos de construcción de una sola República Dominicana.